24
minutos: las calles solitarias,
pasan una tras otra desdibujándose, la adrenalina aumenta en cada esquina, el
corazón late con fuerza.
- -¿Qué te pasa? ¿Estás asustado?
- -¡No! responde él
parcamente.
La rabia no se le ha quitado, todavía recuerda los verdugones
de la madre, las lágrimas de ella al borde de la cama, los morados, y la ropa
rota, los ojos rojos de la hermanita, mirándose en el espejo y diciendo:
- “No
soy mala, no soy mala…”
23
minutos: la rabia le sigue
subiendo y de pronto en un arrebato le dice al compañero:
- - Devuélvete…
- -¿Qué pasa?, dice
él.
- - Que hay una rata que tengo que liquidar,
¿entiendes? es la única forma.
- - Bueno pero eso no estaba en el trato”, lo interpela.
- - No importa vale, yo cargo con ese rollo, tú tranquilo.
22
minutos: el frío de la noche
aumenta, se acomoda la chaqueta, el otro traduce por el silencio el ánimo del
compañero, estaban cerca, puede predecir las conclusiones sin haber llegado.
21
minutos: cerca se ve una pared donde está escrito “María te
amo x siempre” y luego del otro lado “María…” y un montón de palabras infames.
María, María, la que no supo responder a los cumplidos “del Paisa”, María la
que se alejó con asco al ver su sonrisa amarilla, María la que pensó que tenía
que aspirar a más y llegar lejos, como
su mamá siempre le decía. María la que amaneció en la acera con los ojos
abiertos al cielo y las manos perdidas en el asfalto, como si pudiera volar, no
más lejos que 7 cuadras de su casa.
20
minutos: La moto se apaga, los
pasos rabiosos se precipitan por las escaleras, la mano sudorosa, temblando de
miedo y de cólera, la mano que toma la puerta, que arrebata con ira, que
arranca a la madre de la cama donde yace con el hombre que acaba de helarse de
pavor.
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