Mientras él la miraba, ella decidió mantener su propósito de despedida. Él ya no tenía argumentos para convencerle. Todos los instantes del mundo estaban confluyendo en ese tiempo sin tiempo. Su mano era una garra que no la soltaba, pero no una que hiere, sino que se aferra, con terror y miedo, como si al soltarla cayera en un abismo de desesperanza, donde sólo sabe vivir la confusión.
- Mis pensamientos no son los tuyos, dijo ella, yo no
sé decir las cosas, sólo sé vivirlas, sentirlas libremente, pensé que tú lo
entendías, a veces sólo quiero correr y gritar, no puedo ser así, estaría en una
vida que no es la mía.
- Y el amor, ¿no me amas? yo estoy dispuesto a
cualquier sacrificio por ti.
- Yo no, te amo, pero me amo más a mí, jamás
sacrificaré lo que soy, no hay amor que perdone o justifique dejar de ser uno
mismo.
Su cara se volvió un paisaje de
desolación, mientras ella daba la vuelta para irse le dijo:
- No soy mejor, no soy peor, sólo soy, quizá una más,
la vida me ha hecho muy bien, solamente que no me hizo para ti…
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