Ella y yo

sábado, 25 de octubre de 2014


Y yo miraba aquel rostro mudo, que me correspondía con sus ojos vacíos, inspirándome  temor, sus hermosas facciones iban volviéndose grandes manchas que jugaban con el papel y el tiempo sobre esa vieja estampa.
Era un ser sin nombre, al menos para mí, y cada vez que pasaba frente a ella no podía evitar dirigirle mi mirada, sabía robarse mi atención, aunque no puedo decir que me simpatizara, todo en ese ser me era extraño: las delgadas cejas que enmarcaban sus ojos azules, esos labios delgados siempre pintados de rojo que parecían  guardar un secreto, y ese espejo en el que habitaba… retribuyendo mi reflejo, lleno de mis indígenas ojos tristes.
Siempre me dijeron que todos teníamos la mirada así, que era nuestra raza, llena de historias… y claro, yo tenía las mías, pero llenas de preguntas con respuestas inconclusas, estaba allí sin saber el porqué, día tras día sintiendo el aroma del limón dulce, en esa casa de grandes árboles, saturada por el olor de la menta, la ruda y la albahaca.
 Pero ella también parecía afligida, a pesar de su hermoso y plisado vestido blanco, de su belleza y el lugar glamoroso donde parecía desenvolverse. Después de todo no éramos muy distintas, dos miradas melancólicas encontrándose a miles de kilómetros de distancia, a décadas de lejanía, pero unidas por un sentimiento… la soledad.



Para: Marlene Dietrich, Der blaue Engel (El Ángel Azul)



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