Era grande, robusto,
amenazador y se extendía orgulloso a
través de toda la calle, engullendo día a día con insaciable glotonería el
asfalto. Ya se había convertido en uno más de la comunidad, su presencia se decoró
con algunos arbustos que crecieron a su alrededor de forma espontánea, y los
perros callejeros acudían allí alegremente a tomar agua en las temporadas de
lluvia.
Ese día, los vecinos se asomaron frente a sus casas, extrañados del tumulto y el ruido ensordecedor, la
algarabía era tan fuerte que casi no se oía lo que decían las personas, aun estando
una al lado de la otra. Fue un desfile multitudinario, con bombos y platillos pasando
frente a ellos, todos vestían trajes de colores festivos, sonaban las trompetas
y tambores de una banda marcial, varias muchachas con trajes y pompones de
colores bailaban al ritmo de la música, sonriéndoles a las personas.
Cuando llegaron al lugar empezaron
a rodearlo, una señora llevó una gran torta decorada en tonos azules, rojos y
naranjas, la colocó en una mesa portátil que dispusieron para la ocasión. Entonces
muy animadamente le cantaron el cumpleaños, mientras las personas miraban
impávidas el incongruente espectáculo.
Colocaron un banderín que
decía: “un año más para el hueco del Mamón…
y ya son cinco” mientras todos aplaudían, al final picaron la torta y
empezaron a repartirla entre los asistentes y vecinos, las personas recibían el
inesperado y dulce manjar con una sonrisa en los labios, divertidos ante el
excéntrico acontecimiento. Todos menos uno: Aquiles Colmenares, hombre de 64
años quien lo había visto todo en la vida y sin embargo sentía una gran indignación
en ese momento.
Cuando una muchacha llegó
hasta él sonriente con el pedazo de torta, éste lo rechazó como si fuese algo
detestable, diciendo:
- - No gracias señorita, no
comparto eso.
Palmoteó con las manos, y dijo
con desaliento:
- - ¡Estas bromas sólo pasan aquí!
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